Desde pequeños les enseñan a los niños que el ciclo de la vida es nacer, crecer, reproducirse y morir. Pero es muy temprano para enseñarles que el proceso de crecimiento es largo; que cada paso que des repercute en el futuro; que el presente lo sostienes con tus sueños en la mente y las ganas de ir a por ellos; que no existen barreras para ser libres, para vivir.
En un pueblito de Matanzas, rodeado de cañas, con poca vida social y desarrollo profesional casi nulo, vive una familia que, desde lejos, pareciera feliz: un matrimonio de años y dos hijos disfrutando de un seno familiar unido.
Mario, el machista
Todo el poblado conoce a Mario*, un tipo alto que se las da de líder, macho alfa y mujeriego, aunque proclama que no perdería a su mujer por nada. Claro: después de tener seis hijos con mujeres diferentes y no convivir con ellos, ya es hora de pasar la vejez con la madre de sus dos hijos menores.
Él relata anécdotas de sus buenos tiempos: el dinero que tuvo, el carro, los viajes por el mundo y los negocios prósperos; ese motor que conserva desde hace 21 años y que —según él— le ha dado lo mejor de su vida. En cada detalle describe minuciosamente su pasado opulento; ahora, aunque tiene menos, intenta mantener la fachada de adinerado. Cada palabra compone su autobiografía. Se autodenomina «el animal»: la máquina que recorre cientos de kilómetros, el moto-taxista más incansable de esas carreteras sinuosas. Sí: antes millonario, ahora conductor para sustentar a su familia. Podrá tener mil defectos , pero a sus hijos no les falta el plato de comida.
—En esta casa solo yo trabajo. ¿Para qué va a trabajar ella? Por 2500 pesos, mejor como ama de casa.
Así, al llegar cansado, su esposa le coloca las chancletas y el short en el baño, le calienta el agua y, de paso, limpia los zapatos. Mario pasa mañanas y tardes en la calle. Desde temprano, Sonia*, su esposa, le abre los candados y le alcanza los cascos hasta la acera. Él arranca, y ella inicia su rutina diaria.
—Dile que te cuente cómo la conquisté. Yo era un tití con treinta y pico de años. Le dije: «Vas a ser mía», y mírala ahora… ese cuerpo gordo no lo tenía a los 20. La traje a mi casa sin que supiera hacer nada; hasta en la cocina tuve que enseñarle.
Cuando pasan los años y comienzas a socializar, conoces personas que son como las gaviotas en el mar y otras parecidas a los loros, que, aunque bonitos, están en cautiverio. Y conoces a familias, amigos, parejas y a sus barreras: aquellas que les impiden crecer, que frenan sus sueños y las atan de extremo a extremo —o de pared a pared— para satisfacer necesidades ajenas. Muchas veces, esas barreras vienen con nombres de hombres, disfrazadas de amor.
Sonia, la machista
Sonia mujer bonita y menuda, sostiene un matrimonio donde vivió sus mejores años:
—¡Aquí no faltaba nada! No comprábamos un refresco: eran cajas enteras; de malta, igual. Las galletas de los niños, era por cantidad también. Había de todo. Cuando Mario viajaba, la sala se volvía tienda: éramos los mayores vendedores del pueblo. Con eso construimos la planta alta.
Al inicio, Sonia trabajaba en una oficina. Allí lo conoció, y desde entonces se dedica a brindarle comodidades domésticas, mientras él la sostiene económicamente.
—No imaginas lo que me ha hecho. Una vez, embarazada del primer niño, yo con mi barriga y él, perfumado, dijo que iba a pescar. Regresó tras una semana. Le reclamé: «¡Al menos trae un pescado!». Llegó con un saco lleno… el tarro le costó caro.
Como narrando una vida que normalizó, Sonia relata sin remordimiento que siempre lo toleró «para no darle un padrastro al niño», porque «todos los hombres son iguales», y «mejor que me engañe él que un extraño». Total: desde los 20 años la mantiene. ¿Será entonces por evitar el padrastro o por no perder las comodidades?
La vida tiene altibajos: el dinero se esfuma y los años pesan. Para un extraño, convivir allí días seguidos es difícil. Él impone disciplina militar: «A las 6:50, plátanos fritos; a las 7:00, servir; luego fregar, bañarse, alimentar al perro y encender la turbina».
Las órdenes a su esposa son constantes. Si algo falla, la humilla; su cualidad es lucirse ante otros: cuanto más la denigra y la hace sentir inútil, más se cree «macho», «padre», «animal». Pocas conversaciones omiten su ego. Para quien ignore esa dinámica, tales actitudes son especulación, egocentrismo, machismo.
Sonia, agotada por el trabajo doméstico, cumple órdenes al pie de la letra desde hace dos décadas. El cansancio ya no logra emerger tras tanto soportar.
El machismo
El machismo es una ideología y conjunto de prácticas que exaltan lo masculino como superior y justifican la subordinación de las mujeres y lo femenino. Se manifiesta en actitudes, estereotipos y violencia simbólica o física. Ejemplos concretos son frases como » los hombres no lloran, ese trabajo es de mujeres; tienen control sobre el cuerpo y decisiones de las mujeres (vestimenta, maternidad) .Normalizan el acoso callejero o la infidelidad masculina como «algo natural».
Con sus hijos, Mario es desigual: al varón lo idolatra; a la niña la trata como a su madre: «Tú no puedes hacer eso; las mujeres no sirven para esto; no sabes lo que dices…».La hija, más que respeto, siente miedo. Cuando sale con amistades, llora temiendo peleas entre sus padres. No son las palabras lo que la aterra; sus lágrimas brotan quizás por observar peleas más fuertes entre ellos.
Sonia comparte el pensamiento de Mario. Él sabe manipular; imponer leyes en su casa donde todos deben someterse.
El machismo es la expresión cotidiana del patriarcado, un sistema de organización política y económica que concentra el poder en manos de los hombres. Surge de la división sexual del trabajo en sociedades agrícolas y se reforzó con sistemas religiosos y culturales que asociaron la fuerza física con autoridad. En América Latina, el machismo se mezcló con el colonialismo y el catolicismo.
Sofía, la reproducción del machismo
Sofía*, la menor, es noble y sin malicia. A sus 17 años, vive enamorada de un novio que la mima, cumple sus caprichos y del cual sabe extraer dinero. Así obtiene golosinas que su padre no puede darle, ropa, accesorios, regalos caros y salidas a Varadero sin aporte parental. Esta historia me es familiar; parece heredarse de madre a hija.
En su adolescencia, Sofía replica a su madre: no ayuda en casa. Todo queda para Sonia. Ella permanece en cama, con el teléfono o estudiando —único ámbito donde destaca—. Mario justifica: «Es mi casa y mis reglas: Sofía no lavará su ropa». Para él es normal que malgaste horas en cama mientras «la esclava» trabaja. Sonia comenta: «Sofí ya aprenderá; tiene toda la vida para atender a su esposo. Yo a los 20 no sabía ni lavar; lo aprendí con Mario».
Cuba, el machismo que prevalece
Cuba presenta una paradoja: avances legales en igualdad, pero persistencia de patrones machistas en la cultura. Según la Encuesta Nacional de Igualdad de Género 2016, el 26.7% de las mujeres cubanas sufrió violencia física o sexual en pareja. Las mujeres dedican 14 horas semanales más que los hombres al trabajo no remunerado (CEPAL, 2022). Aunque el 53.4% del parlamento son mujeres (uno de los % más altos del mundo), solo el 35% ocupa cargos de dirección estatal (ONEI, 2023).
Una de las causas estructurales fue el «Marianismo»: Idealización de la mujer como cuidadora y sacrificada, reforzada por tradiciones culturales. La crisis de los 90 («Periodo Especial») aumentó la carga femenina: mujeres asumieron trabajos informales + labores domésticas. Estudio del CENESEX (2019) revela que el 60% de los jóvenes cubanos reproducen estereotipos como «el hombre debe proveer».
Hoy, pese al avance femenino, las nuevas mentalidades y las aspiraciones profesionales, aún existen familias dominadas por hombres como Mario, de ideas arcaicas; que intentan sofocar el empoderamiento femenino, desprecian sus logros y abogan por un patriarcado férreo.
Aunque ha habido avances, persisten rincones en Cuba y el mundo con mujeres como Sonia: manipuladas, aferradas a un hombre y al dinero; conscientes de que tolerar abusos las ha hecho infelices, pero que le inculcan a su hija el mismo modelo.
Así son miles de hogares: fachadas de felicidad, mujeres con solo 12° grado cuyo horizonte es buscar el sustento. Muchas soportan golpes por estabilidad económica, maltratos verbales e infidelidades.
Muchos son esos hombres machistas que imponen su visión, sin empatía ni conciencia del daño familiar. Existen hogares donde solo los varones pueden ser ingenieros, médicos o informáticos. Niñas que crecen observando a las madres que no tienen independencia, que son dominadas, y que acostumbradas a la situación, la normalizan.
Parte de la sociedad cubana mantiene un atraso con respecto a los derechos de las mujeres, pero la isla tiene la tasa de alfabetización femenina del 99.7% y alto acceso a educación superior (mujeres: 63% de graduados universitarios). El Código de Familias (2022) reconoce violencia machista y derechos LGBTIQ+, pero su aplicación es incipiente.
No es normal que una madre le inculque a su hija que no se prepare en la vida, que tendrá tiempo para «atender a su marido». El carácter dominador de Mario rige en esa casa implantando más miedo que respeto, sacando lágrimas y provocando que muchas acciones se hagan a sus espaldas por el hecho de no estar de acuerdo con ciertas cosas, porque sí, sus hijos no puede ir a una casa en la playa porque el amigo que los invitó es gay, y sus hijos no deben juntarse con «eso».
«Y así, entre órdenes militares y silencios cómplices, la libertad se ahoga en la rutina. La hija de Sonia ya repite el guion: busca en un novio lo que su padre niega en casa —dulces, regalos, escapes a Varadero—, mientras internaliza que su futuro es ‘atender a un marido’. El círculo se cierra.
¿Cuántas generaciones más heredarán esta jaula? La respuesta no está en las leyes, sino en romper el último candado: aquel que Sonia misma colocó en su mente cuando decidió que ‘mejor un engaño conocido’. Hasta entonces, las barreras no serán de caña, sino de miedo.»
* Los nombres reales de los personajes fueron cambiados *
Por: Lisbel Quintana, estudiante de Periodismo
Imagen creada con IA
Deja una respuesta