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Rafael, el señor de los perritos

Andante con poca fuerza, escasa salud y el amor de cinco perros. Solo en un gastado sillón de rueda deambula por la ciudad para vender jabas y forros de libretas.

Rafael Ramos Matanzas es conocido como el señor de los perritos. Recorre las calles de Cárdenas en compañía de sus mascotas, una de ellas llamada Linda, blanquita y peluda, tranquila y fiel.

No le gusta la idea de pasar tiempo en casa, si es que así se le puede llamar a ese sitio donde habita. En las mañanas es visto en la Plaza Malakoff, por las tardes en el parque Echeverría de la ciudad.

Con el rostro deteriorado, cabellera canosa y barba descuidada acumula 68 años de edad. Sus piernas sufrieron el paso del tiempo, la izquierda envuelta con una venda que cubre una úlcera.

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En su hogar, un terreno con poco más de 30 metros cuadrados, sin habitaciones vitales para vivir como lo son la cocina y el baño, cuenta que desde niño la vida le jugó mala pasada.

– Mis padres murieron y me crié con mi tío, la familia no contaba con más integrantes, solo nos teníamos el uno al otro. Al morir me dejó esta casa, ya ves  la situación que tiene- comentaba mientras abría la puerta que da para un patio repleto de hiervas malas.

En una esquina guarda a simple vista sacos de ropas y objetos obsoletos, en el medio una cama de madera con una colcha sin lavar que acoge tanto el polvo como los pelos de los perros que duermen a su lado.

Bajo el calor del techo de zinc sostenido por vigas, relata la historia que pocos saben, lo que fue su juventud, sus años laborales y el Rafael feliz que solía ser.

– Cuando era joven mi vida era cotidiana, normal. Trabajaba, compartía con mis amistades, siempre fui ágil para todo tipo de actividades, me gustaba mucho el deporte, sobre todo la pelota, de hecho conocí muchos peloteros y hasta periodistas que de seguro conoces.

Trabajó muchos años como bodeguero, con 36 años mientras cargaba sacos de arroz y azúcar cayó al suelo con esas libras encima. Varias partes de su cuerpo con fracturas, el lado zurdo se llevó lo peor.

– Remitido para Matanzas, me operaron las piernas en el hospital Faustino Pérez, colocaron tornillos y varillas, las cuales dejaron los pies desiguales en tamaño, empecé a utilizar muletas y a los días una trombosis, desde entonces la úlcera que tengo, hoy sin recursos ni asistencia social.

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Mientras lavaba sus gasas reutilizables para la herida, sentado en un silla plástica, expresó sus desilusiones acerca de la poca atención que recibe y lo mucho que la necesita. Las monjas de la iglesia Católica le donaron la silla de ruedas, además son las encargadas de realizarle las curas.

– No tengo medicamentos, soy hipertenso y diabético, lo poco que recibo es por la Iglesia, sé que la cosa está mala pero hace meses no cojo nada en la farmacia. Mira esa llave, es la única que hay, por donde único consumo agua, llevo años esperando que me hagan la instalación.

El Estado en una ocasión le otorgó materiales y ventanas para reconstruir la vivienda así como un albañil capaz de robarle todo y así el proyecto quedó detenido en el tiempo. No cuenta con asistente social, le dieron la opción de buscar comida y pagarla a un precio módico diariamente.

– La comida tiene tan baja calidad que se la da a los caninos, puedes oler el desagradable olor que hay. Nos hemos quejado por la chequera de 1500 pesos pero no dan respuesta para ninguno de los planteamientos, yo le traigo la comida y de vez en cuando limpio, afirma su vecina y mano derecha.

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En la zona de la Plaza Malakoff están situadas la mayoría de las tiendas y merolicos de Cárdenas. En un día tranquilo chocan las personas mientras caminan, en el tumulto puede desaparecer hasta los celulares o billeteras. Cuando el sol despunta Rafael llega a ese ambiente para poder buscar dinerito extra, permanece hasta el mediodía y es privilegiado por tener buena venta.

– Soy dichoso, la gente me ayuda bastante, no solo compran sino también me regalan pan cuando lo hacen en la panadería de enfrente. Reconozco que la juventud no está perdida, jóvenes en su mayoría me donan ropa, alimentos, medicinas que necesito, vendas y gasas.

En los grupos de Facebook, de Compra y venta en Cárdenas suelen aparecer publicaciones para ayudar al anciano en sillón de ruedas. En los comentarios sobresale la solidaridad del cubano, las ganas de hacer el bien.

Alejandro Vázquez participó en una de las mayores donaciones que organizaron para Rafael. Es graduado de Biofísica Médica  pero tiene inclinación por la medicina veterinaria. En una tarde llegó al domicilio con parte del donativo, en esta ocasión estableció una amargama perfecta entre los oficios que ama y los perros resultaron beneficiados.

– A este señor lo veía con frecuencia en el parque José Antonio Echeverría, es imposible despegarle la vista al verlo en ese estado. En las redes leí la publicación de la donación y me sumé sin pensarlo, quise irme por la parte de ayudar a sus animales de compañía, supongo que poca gente lo hace- Comenta Ale, de camino al barrio de Rafael

El muchacho curioso le pregunta la proveniencia de los cachorros, por qué cuida de tantos perros. Rafael acaricia a Mía, la más grande de los cinco y explica que los recogió de las calles. “Ellos necesitaban ayuda, conmigo al menos tienen un techo e infinito amor”. Con ojos alegres le presenta cada uno de sus fieles amigos los cuales son vacunados y desparacitados por Alejandro.

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El señor de los perritos es ejemplo de resistencia, conserva los recuerdos de la vida como una fotografía en blanco y negro. Símbolo de la pobreza y la honradez. Las calles de la ciudad acogen su sacrifico constante, la escasez nunca lo llevó por los malos caminos.

– A mi edad me valgo por mi mismo, no soy capaz de robar, mendigar o utilizar mi situación en busca de ayudas. Quizás los colores de mi vida son ellos, señala a los perros.

“¿ Sabes que me asignaron ir para el lugar de ancianos? Eso nunca, no puedo llevarlos conmigo. Por mi mente no pasa la idea de abandonar lo único que le dio sentido a mi vida”.

Algo despacio se acerca a uno de sus perros y con los labios secos le da un beso.

Por: Lisbel Quintana Castillo, estudiante de Periodismo 

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