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Destellos azules, mi nostalgia por la Vocacional

Una lucha interminable contra la nostalgia, ese sentimiento que abarca todo tu cuerpo y espíritu cuando sabes que acabas de “abandonar” tu escuela, tu casa por años, tu lugar de escape: simplemente cuando sabes que te vas de un lugar al que le debes tanto y ni siquiera sabes cómo agradecerle tantos recuerdos latentes.

Y sí, hablo de ti, mi casa azul, hablo del IPVCE Carlos Marx.

Aún recuerdo mi primer día en esa enorme casa de paredes azules, muy azules, el bajar esas escaleras que parecían infinitas en nuestro templo (el anfiteatro) y por cada escalón que iba descendiendo me iba convenciendo más que allí sin duda alguna, pasaría los mejores momentos de mi vida; y es que la vida se trata de momentos, momentos efímeros, y a mí la Vocacional me dio mucho de esos.

Es lo que yo le denomino: un pasillo infinito de recuerdos; pasillo donde lloré cuando supe que estaba bajo índice en la mortal (para mí) Matemática, y esos mortales Trabajos de Control Parcial del profe Yassel. “¿Oye y de verdad te vas a quedar?, el índice no te va a dar, es imposible”; y sí, era sumamente difícil, pero, ¿irme de mi casa azul?, !qué va, eso sí que era imposible para mí!

Y para seguir con lo de pasillo infinito de recuerdos, más que el aula que me vio por casi 4 años, más que los terrenos para jugar básquet o futbol (la piscina), más que la dirección, el Titanic, el pre abandonado, el comedor y los albergues, son las personas que hacían que todas esas paredes cobraran vida, esos amigos que sentías hermanos, esos profesores que se sentían algo padres.

¿Es posible sentir como un familiar desconocido a una persona que pasó por una vocacional, sea de donde sea? Sí, es posible. Es una conexión, un destello el simple hecho de contar con alguien que pasó por una casa azul (o del color que sea su IPVCE), no lo sé, pero si alguien te dice: “Yo pasé por la Vocacional”, prepara tus oídos, porque esa persona tiene millones de historias que contarte.

Gracias a cada ocurrencia de cada una de mis hermanas mayores durante cuatro años, a esos amores que me brindó que traían consigo momentos inolvidables pero, otra vez, efímeros. Por cada rueda de casino, a mi gente de la generación 45, que sepan que seremos eternos destellos azules con una pañoleta amarrada al brazo con nuestro logo de IPVCE bien en grande y rojo vivo, como nuestro paso por ese azul vibrante.

Como dice Humbe, pero me atrevo agregarle unas palabras a la expresión: «En esta casa azul no existen fantasmas, son puros recuerdos eternos”, por cada rincón de esa casita y por cada persona que de una forma u otra me ayudó a escribir las páginas de este libro que nunca se cierra, esta crónica es para ustedes.

Por: Dayjana García Pérez, estudiante de Periodismo

 

 

 

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